«Desde el borde de carga del carro entoldado, Marie Blumfeld miraba ensimismada al cielo donde el círculo perfecto de la luna llena flotaba sobre los oscuros abetos. Unas aves nocturnas pasaban lentas, como deslizándose, mientras un misterioso crujido acompañaba el batir uniforme de los cascos de los caballos.
Es casi como antes, cuando Peter y yo nos sentábamos en la pérgola cubierta de lilas y nos contábamos cuentos, pensaba Marie con tristeza, mientras se ceñía más estrechamente la manta en torno de sus hombros
. Pese a que ya tenía veinticuatro años, las antiguas historias seguían todavía vivas en ella. En el barco de vapor Marie se las había contado frecuentemente a los niños cuando se sentían atemorizados por el oleaje y el temporal. También ahora que la caravana de emigrantes se adentraba cada vez más en el interior canadiense, sus pensamientos regresaban a menudo a los héroes de su infancia. Sólo así conseguía paliar la añoranza que ardía en su alma. Pese a que en su tierra natal del norte de Alemania no había nada por lo que hubiese valido la pena quedarse, Marie echaba de menos los amplios paisajes, las colinas suavemente redondeadas y los bosques que había atravesado a pie, siempre que le había sobrado tiempo para hacerlo
»