Tengo que confesar que en los primeros capítulos estuve a punto de dejarla, me impresionó bastante cuando narra las matanzas en la cámara de gas y pensé que no iba a poder soportar tanto horror y más sabiendo que aquello sucedió realmente, pero seguí adelante y no me arrepiento para nada. Es una novela bellísima, bien narrada y documentada, donde la protagonista es Dita, una personaje real que a pesar de saber que se jugaba la vida, consintió en ser la bibliotecaria de una biblioteca clandestina en medio de Auschwitz, cosa impensable que parece ser que fue cierta. Guardaban ocho libros: un Atlas universal, un Breve historia del mundo de H.G. Wells, un Gramática rusa, El conde de Montecristo, un Tratado elemental de geometría, Las aventuras del bravo soldado Svejk, Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica de Freud y un Novela rusa. Dita cuidó de estos libros como si fueran sus propios hijos, los prestaba para hacer la vida un poco más agradable a los demás, y todo en la más absoluta clandestinidad. La novela es un canto a la vida y al amor por los libros. A pesar del horror en el que se ven envueltos, la protagonista mantiene la esperanza y los libros consiguen que no pierda la cordura, cuando abre un libro se sumerje en el y olvida todo lo que tiene a su alrededor, como si se subiera un tren que la lleva de vacaciones. Hay muchas citas interesantes, y he apuntado bastantes en mi libreta de notas, una de ellas ha sido: "Al final, H.G. Wells tenía razón y en verdad existe la máquina del tiempo: son los libros".También hay dos historias de amor preciosas que fueron ciertas, la de dos reclusos y la de un soldado de las SS por una chica interna judía, y es que en medio del estiércol también pueden nacer flores bellísimas. Los últimos capítulos los he leído con la piel de gallina. Uno siempre se queda perplejo y sin palabras ante historias como esta, y uno se pregunta como pudo pasar algo así, demasiado horrible para asimilarlo.
hace 11 años