Nadie, ni siquiera una mujer que ejerce de maga y es capaz de leer el porvenir en los poros de la lengua, puede descifrar cuál es la inevitable tragedia que anuncia Kira, una perra famélica que todas las noches aúlla sobre un montón de arena. El amor está al alcance de la mano hasta que un día nos quedamos solos, masticando el salobre y agotado rayo que el sol desprende antes de hundirse en el horizonte. Entonces sabemos que somos humanos y que nadie cambiará el transcurso del mundo. David Llorente, armado de una tinta mágica y una maestría artesanal, ha trazado una novela por donde circulan la inteligencia descuadernada de Boris Vian, la crónica social de García Márquez y la brutal ternura de un escritor checo que se suicidó al querer atrapar una paloma que se había posado en su ventana.