Woody Allen, auténtico maestro de la carcajada seria, no tuvo miedo de parodiar a uno de sus maestros, Ingmar Bergman, en su película Interiores. No obstante, consigue no sólo convertir este film en una historia muy americana, y neoyorquina en particular, sino también en una obra muy suya, que, como siempre, se remite a sus propios problemas y fantasmas. El homenaje que rinde a Bergman queda esencialmente en la imagen y en la reflexión existencial que se desarrolla a través de los personajes.