A los trece años, el héroe de Historia del llanto ha completado una formación progresista. Ha estado cerca de los que sufren y ha devorado toda la literatura militante que los años setenta obligan a leer en América Latina. Sin embargo, en septiembre de 1973, cuando asiste por televisión al putsch contra Salvador Allende y el Palacio de La Moneda arde en la pantalla, trata de llorar y se descubre seco. ¿Y si fuera sólo un fan de la lucha armada? ¿Y si de la revolución lo único que le interesa fueran la épica, el aventurismo sangriento? Es entonces cuando el protagonista sale en busca de los secretos de su defección y revisa una educación ideológico-sentimental en la que coexisten Superman, un repugnante cantautor de protesta, una novia chilena de derechas, una piscina con un pulpo en el fondo, un oligarca torturado y un vecino militar que acaso no sea lo que parece ser. Una novela que reexamina los viejos tópicos de los setenta –la clandestinidad, las dobles vidas, el sacrificio– a la luz de un cruce equívoco pero fértil: el cruce entre los susurros de la intimidad y los estrépitos de la política.