En 1787, doce hombres se reunieron en una imprenta londinense para acometer una tarea aparentemente impracticable: acabar con la esclavitud en el mayor imperio de la Tierra. De paso serían los primeros en aplicar la mayoría de los instrumentos a los que recurren hoy día los ciudadanos activistas, desde los carteles y los envíos masivos de correo hasta los boicots y las chapas de solapa. Este grupo de personas de gran talento aunaba el odio a la injusticia con una rara habilidad para promocionar su causa. Al cabo de cinco años, más de 300.000 británicos se negaban a consumir el principal producto de origen esclavo (el azúcar), la clase elegante de Londres se adornaba con insignias antiesclavistas creadas por Josiah Wedgwood, y la Cámara de los Comunes había aprobado la primera ley que prohibía la trata de esclavos.Sin embargo, la Cámara de los Lores, donde los partidarios de la esclavitud eran más poderosos, votaron en contra del proyecto de ley. Enterrad las cadenas rebosa en descripciones de situaciones evocadoras, gran dramatismo y matizados retratos de héroes escasamente encomiados y malvados pintorescos.