La vida de Fray Domingo de Aranda, por aquel entonces novicio en la orden de los dominicos, cambió repentinamente el día en que llegó al convento, en modo poco ortodoxo, el barón Toribio de Hita, convertido en Hermano Toribio.
Y, con él, traspasó las espesas murallas de la fortaleza de Dios el mismísimo Diablo, arrastrando al oprobio de las incontables e irresistibles tentaciones de la carne al inocente Fray Domingo.
Son, pues, las aventuras inconfesables de esos goliardos tardíos, aún fieles en pleno siglo XV a tan medieval tradición, las que Antonio Gómez Rufo nos cuenta aquí con muy pícara gallardía.