El pan de mis hijos se presenta como una novela con vocación de retrato social, pero lo cierto es que su desarrollo naufraga en una narrativa que se hace —más que pesada,— incómoda, incluso molesta por momentos. No por su temática ni por la densidad del texto, sino por una voz narrativa impostada, excesivamente coloquial y cargada de tópicos que restan cualquier intento de profundidad. La autora opta por un tono que pretende ser cercano, pero acaba resultando una mezcla entre chismorreo de sobremesa y discurso de tertulia anodina, donde la mirada femenina se reduce a una caricatura entre la “maruja” y la mujer que pontifica sobre lo cotidiano sin aportar realmente nada nuevo. El ritmo es errático, la estructura se dispersa, y los personajes parecen siluetas de cartón que repiten ideas ya mil veces contadas, sin un destello de frescura ni emoción auténtica. Todo se siente plano, reiterativo y agotador, hasta el punto de que la lectura no invita a continuar: avanza sin rumbo y termina por cansar. En definitiva, El pan de mis hijos no consigue emocionar ni provocar reflexión. Es uno de esos libros que, más que decepcionar, fatigan, porque lo que prometía ser una historia humana y cercana se convierte en una lectura aburrida hasta el hartazgo.
hace 1 mes
Amazon
Agapea
Amazon eBook