Creyó que estábamos solos, que la tierra de la Tierra era nuestra; pero allí donde la vegetación es selva, el padrecito supo de otra presencia. Agaré, el antiguo poblado minero donde la madurez de la civilización queda en entredicho, es el lugar que separa al padrecito de la naturaleza más salvaje y del hallazgo más extraordinario. De Dios no lo han alejado ni su superior ni sus dudas de fe, de Dios lo han apartado ellas. Aquellas criaturas extrañamente femeninas, tan animales y a la vez tan humanas, han socavado hasta los cimientos sus de por sí frágiles creencias. ¿El joven cura español sobrevivirá a Agaré, a las prácticas violentas de sus habitantes y a la presencia de unos seres inclasificables? No, El abismo verde no es una novela de aventuras ni, afortunadamente, de terror extraterrestre. Por un momento pensé que el minúsculo pueblo no quedaba lejos de Macondo en el imaginario geográfico-literario. Tal vez se encuentren en un mismo mapa, tal vez. De lo que no me cabe duda es de que Moyano escribe como un Verne maduro. Se muestra como un narrador sumamente versátil, que, partiendo de un personaje anodino, introduce al lector en escenarios donde la vida corre permanente riesgo. Agaré, puerta abierta a un abismo verde, enclave donde lo cierto y lo incierto se tocan, lugar remoto e inhóspito donde lo humano y lo animal se abrazan hasta cometer pecado. (Jorge Juan Trujillo, 14 de marzo de 2018)
hace 6 años