He leído la totalidad de los relatos que componen el libro llamado "Cuentos de soldados", y casi la totalidad de los cuentos pertenecientes a "Cuentos de civiles". Por una cuestión de honestidad (tal vez exagerada de mi parte) sólo opinaré sobre el primer libro, ya que no están las fichas separadas. Cuando concluya el segundo grupo de narraciones, intentaré volver a escribir una reseña completa, ya con la certeza y la tranquilidad de opinar sobre algo que conozco en su totalidad. Ambrose Bierce, desde del primer párrafo, me hechizó con su manera directa, cruda, bestial, de transmitir sus pensamientos. Creo que lo primero que leí de él, ha sido un cuento de terror, ese terror mezclado prodigiosamente con toques de un grato sarcasmo. Si bien este conjunto de relatos, agrupados de acuerdo a un tema en común, no carecen para nada de su habitual cuota de corrosiva ironía, no están tan plagados de las humoradas acostumbradas. Se ríe de la estupidez, la crueldad y la increíble esterilidad de la guerra, al mismo tiempo que se lamenta de ella. El ejemplo más notable es el relato "Chickamauga". En él, refleja un episodio ficticio dentro del marco de la batalla de Chickamauga, durante la guerra de la Secesión, hacia 1860 aproximadamente. Antes que nada, quiero destacar otra admirable cualidad de este relato: es la de transmitir ternura y espanto, en dosis parejas, sin que la una estorbe u opaque a la otra. Trata el relato sobre un niño pequeño, de unos seis años, que se extravía en el bosque, jugando con un trozo de madera que simulaba, en su tierna imaginación, un sable, como los había visto en las estampas de su padre. Al "derribar" a enemigos feroces (imaginarios desde ya) el niño se fue alejando cada vez más de su casa, hasta que al cruzar un arroyo, se encontró con "Un nuevo y formidable adversario": un conejo. En la inocencia y la dulzura del pequeño, esta aparición de carne y hueso, le produjo el miedo suficiente como para huir llorando y perderse así definitivamente. Recuerdo la sonrisa que me arrancó el imaginarme la situación. Un pequeño guerrero asustado por un inofensivo conejo. Más adelante, el niño ve, arrastrándose miserablemente (él no lo había percibido de esta forma) a un grupo de soldados heridos y agonizantes, quiénes buscaban el río para saciar la sed. Aquí, Bierce, se vuelve a lucir con esta doble visión de las cosas: la visión rosada del niño y la infernal y tristísima realidad. El pequeño sonríe al ver a los soldados en esta cómica posición (su padre, un confederado esclavista, hacía poner a un esclavo negro en la posición de "montar", como si fuera un caballo, y subía al niño a sus espaladas para diversión de éste) e intenta subirse al lomo de uno de los soldados ensangrentados (pintados como los payasos en el circo); cuando el soldado se lo quita de encima y lo amenaza con el puño cerrado: "volvió hacia él un rostro al que le faltaba la mandíbula inferior; de los dientes superiores a la garganta, se abría un gran hueco rojo franjeado de pedazos de carne colgante y de esquirlas de hueso. La saliente monstruosa de la nariz, la falta de mentón, los ojos montaraces, daban al herido el aspecto de un gran pájaro rapaz con el cuello y el pecho enrojecidos por la sangre de su presa". Este tremendo contraste, el de un niño que se ríe de las gotitas de sangre en las pálidas caras y el sufrimiento y desesperación de los soldados, es una insólita y, por obra y arte del escritor, una auténtica maravilla. Todos los relatos del libro son un prodigio; el nivel se mantiene bastante, y todos son excelentes alegatos antibélicos, con toques de ese humor negro que surge con la amarga convicción de la imbecilidad y la maldad humanas. Atención al perfecto estilo narrativo de "El puente sobre el río del búho". Todo el segmento (todo el relato en realidad) desde la caída del prisionero hacia el lecho del río, es de una firmeza, de una vitalidad y una fuerza y nitidez visual pocas veces leída. Se puede sentir cada nervio crujir, cada músculo contraerse, el latir de las venas de la cabeza, del chasquido del agua, arremolinándose alrededor del fugitivo, de los silbidos de las salvas, del estruendo de los cañones, etc. “Uno de los desaparecidos”, “Muerto en Resaca”, “El golpe de gracia” y “Parker Adderson, filósofo”, son impresionantes. El resto, es magnífico.
hace 8 años
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