Es una mancha en el honor del soldado alemán, que quede un solo polaco con vida en Varsovia -gritó Himmler dirigiéndose al Obergruppenführer Berger-. ¿Por qué no ha cumplido usted mis órdenes? Quiero que esos cerdos sean destruidos. Hace tiempo que estaría hecho si no hubiera sido usted tan blando. -Reichsführer, hemos hecho lo que hemos podido -farfulló Berger, a quien el miedo hacía sudar la gota gorda-. Las bajas son terribles. La revuelta de Varsovia ha costado ya la vida a diez mil soldados alemanes.-¡Qué me importan las pérdidas! Sólo cuentan los resultados. No se llora a un soldado caído por la patria. Se está orgulloso de él. ¿No eran suficientemente claras mis órdenes? Arrase la capital polaca y extermine a sus habitantes como ratas. No tienen sitio en el gran Reich alemán. Pero si prefiere usted el frente ruso, es fácil -añadió Himmler con helada sonrisa--. Los SS no gustan de los cobardes que tienen miedo de la sangre, así es que ni una palabra más sobre las bajas. La moneda de la guerra es la sangre, y un Estado fuerte nace en la sangre. Dentro de cuarenta y ocho horas, Varsovia debe ser borrada del mapa.