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Más de diez siglos después de su nacimiento, las historias de Las mil y una noches siguen estimulando la imaginación de los lectores en todo el mundo. Borges advirtió que su lectura puede conducir a la locura. Mario Vargas Llosa las llevó al teatro. Disney produjo una película animada con el cuento de Aladino. Y los nombres de Alí Babá o Simbad el marino suenan familiares en los cinco continentes. La fascinación de esta obra se suele explicar apelando a su portentosa magnitud narrativa, o a su importancia histórica en la formación de la identidad árabe. Pero habitualmente se menosprecia una característica determinante, si no para la calidad, al menos para el éxito literario: Las mil y una noches están llenas de sexo. A lo largo de las casi tres mil páginas de Las mil y una noches, las infidelidades, la poligamia y el intercambio sexual en todas sus variantes son uno de los ingredientes más repetidos. Y sin embargo, las grandes obras lo son precisamente porque tratan temas universales. Y hay pocos temas tan universales como el sexo. Todos los seres humanos tenemos uno. Y hay incluso quien tiene más. Hoy en día, desde luego, a nadie le chocan las alusiones eróticas de este libro. Con los ojos del siglo XXI, la sensualidad de Las mil y una noches resulta de una inocencia conmovedora. Y es que, junto con la promiscuidad de los cuerpos, este libro nos enfrenta la promiscuidad de los cuentos. Sus narraciones se tocan, se mezclan, se engendran unas de otras, se prohíjan y se contaminan, hasta que resulta difícil determinar cuál es la madre o la pareja de cual otra...