A estas alturas, a Pilar Adón se le reconoce muy bien por ese trazo poético que deja en su prosa, por esa medida y urdida construcción de la maraña en la cual, a través de su voz, se entrelazan sus personajes, los ambientes, y ese opresivo telar que son las pasiones humanas. Un telar que, en esta nueva y esperada novela, se personifican en la naturaleza y en La Roche, que significa colmena: una opresiva comunidad rural, aislada, donde los miembros comparten una enfermiza huida hacia sí, hacia la autosuficiencia, en pos de la pretendida integración con lo natural. Es ahí donde se desenvuelven las dos hermanas protagonistas, Dora y Violeta. En un mundo extraño, perturbador, donde las relaciones con los seres más cercanos oprimen y controlan. Y una de ellas querrá escaparse con Denis, otro miembro más de la colmena, preso de un pasado que le persigue. Probablemente no sea necesario apuntar más de la trama: saber que embarcarse en Las efímeras es dar el primer paso a un viaje único, manejado al dedillo por el estupendo estilo de su autora, por una prosa que marca con tanto deleite como desasosiego las pulsiones de los sentimentos, basta. O debería de bastar. Una obra densa, sí, pero que atrapa y absorbe como pocas —y no por la trama o el ritmo, como los folletines, sino por esa particular atmósfera que emana sus páginas—, y que constituye un paso delante de una de las mejores autoras contemporáneas. (Carlos Cruz, 2 de marzo de 2016)
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