La entrega número cinco de la serie del detective Harry McCoy es puro frenesí. Intriga, suspense y acción rodean varios casos que en apariencia nada tienen que ver. Pero, efectivamente, solo será en apariencia. Con Un mayo funesto, el escritor escocés Alan Parks arranca la quinta hoja del calendario y nos traslada hasta la ciudad de Glasgow en 1974. Tres jóvenes incendian de manera premeditada una peluquería con consecuencias irreparables. Mueren tres mujeres y dos niñas en el establecimiento de nombre Dolly´s. Los vecinos reclaman venganza y los investigadores, justicia.
La historia transcurre desde el 20 al 30 de mayo de dicho año y al final nos encontramos con una elipsis de tres meses y el cierre de una novela noir adictiva de principio a fin. Pero vayamos por partes porque Parks no solo abre el relato con este suceso en la peluquería sino que en las primeras páginas encuentran el cuerpo asfixiado de una adolescente de quince años. A partir de este momento, el narrador en tercera persona sumerge al lector en una vorágine de giros sorprendentes e inesperados a la vez que regresan las luces y sombras de McCoy, que acaba salir del hospital tras un mes ingresado a causa de sufrir una úlcera sangrante.
Quienes hayan leído las cuatro entregas anteriores de esta saga no encontrarán nada nuevo en cuanto a la técnica narrativa, que sigue el sendero de lo desagradable. La prosa vuelve a presentarse cruda y los personajes son viejos conocidos. McCoy es quien carga con la enorme responsabilidad de lograr un texto redondo como es el caso y los demás le complementan para conseguir dicho fin.
El detective siempre está en escena. Apenas hay planos en los que no aparezca. La cámara sigue a McCoy milímetro a milímetro. El autor no concede al lector ni un ápice de generosidad; no sabemos nada que el protagonista no sepa. Sus investigaciones nos llegan en tiempo real aunque siempre va con un paso por delante porque el narrador cierra a cal y canto lo que al agente se le pasa por la cabeza. Ni siquiera las historias transcurren por otros derroteros que no sean puramente policiales más allá de conocer algunos detalles de la relación del personaje central con su padre.
McCoy y su compañero Wattie –que es parte de la colectivización del plantel de personajes– van de pub en pub, a cada cual más sórdido y oscuro, y presencian la guerra territorial que mantienen Dessie Caine y Johnny Smart por hacerse con los negocios de la zona. Un mayo funesto es el lienzo de una ciudad cada vez más dura, en la que no para de llover a pesar de la avanzada primavera. El ambiente oscuro y de humareda y los personajes de dudosa reputación que se pasean por los bares ensamblan impecablemente con la atmósfera gris que se respira fuera. Y es que no solo hay barra libre de alcohol sino también de corrupción, violencia, crimen y explotación infantil y de mujeres.
El libro no contiene nada políticamente correcto. Ni siquiera las habilidades del detective McCoy, que se encuentra delante de la difícil coyuntura de haber resuelto el caso, pero sin pruebas. La novela es una recomendable reflexión sobre la moralidad, que se evidencia sobre todo en la relación del agente con su amigo de la infancia Steve Cooper. Y es que uno está teóricamente al lado de la ley y el otro, no. (Esther Martín, 21 de octubre de 2024)
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