Después de que Moisés liberara al pueblo judío de su cautiverio en Egipto, y mientras estaban en el desierto, camino de la Tierra Prometida, el profeta subió a lo alto del monte Sinaí. Allí se le manifestó Dios que, con su propia mano, escribió los Diez Mandamientos en unas tablas que le entregó. Le ordenó que construyera un Arca en la que debía guardarlas para siempre. El Arca se convirtió en objeto de veneración como símbolo y señal de la presencia de Dios e instrumento de su voluntad y poder sobre la tierra, capaz de allanar montañas, provocar fuegos letales y derrotar a los enemigos. Los judíos la llevaron con ellos y la utilizaron en múltiples batallas. Finalmente, al cabo de los años, la instalaron en el Templo de Salomón.Ahí empieza uno de los grandes misterios de la historia bíblica. El Arca es nombrada en muchas ocasiones en el Antiguo Testamento, pero ni una sola vez en los Evangelios. El Arca no fue destruida, ni desapareció: simplemente, dejó de existir. Sin embargo, algunas tradiciones aseguran que fue robada por un hijo de la reina de Saba, engendrado por Salomón. ¿Qué hay de cierto en ello?