El pasado es siempre una morada. Cuando nos mudamos al presente, a veces alimentamos la ilusión de que cerrando aquella casa con tres candados (digamos el perdón, la ingratitud o el simple olvido) nos vamos a ver libres de ella para siempre. Sin embargo, no podremos evitar que una parte de nosotros quede allí, coleccionando goces o rencores, transmutando los modificados hechos, en delirios, visiones o pesadillas. Esa parte de nosotros que allí queda nos llama cada tanto, nos hace señales, nos refresca viejas primicias, y todo ello porque es la pri- mera en saber que no nos conviene abandonarla, hacer de cuenta que nunca existió. El olvido es, antes que nada, aquello que queremos olvidar, pero nunca ha sido factor de avance. No podremos llegar a ser vanguardia de nada ni de nadie, ni siquiera de nosotros mismos, si irresponsablemente decidimos que el pasado no existe.