Un texto que habla de "anverso y reverso del lenguaje", de "autoconocimiento" y de "conciencia profunda", parece describir este copioso y preciso volumen de Ensayos y el alma que los sustenta. Un alma de lector apasionado, de lector inteligente, que, aun sabiendo lo que pasa en la cocina, no se entretiene tanto en las niñerías del telar cuanto en la belleza del tapiz. Como escritor y profesor de literatura conocía las herramientas del oficio y percibía el artificio que subyace a todo arte como lector, comprometido con la realidad de su tiempo, era capaz de transmitir a otro lector la belleza percibida y de advertir, no sin humor y cierta saludable ironía, sobre los riesgos de una crítica unilateral y desencarnada: "No hay hechura del hombre que no provenga de su vida", escribió al principio de su "Rubén Darío". Si pudo titular un libro de poesía "La voz a ti debida", tal vez podríamos colocar la misma resonancia de Garcilaso sobre el pentagrama de sus ensayos y titular estas prosas "El oído a ti debido". El oído que tenía para intuir la música de los otros, oculta a veces bajo palabras "apasionadas y desgarradoras" como en el caso de Unamuno (recuérdese "El 'palimpsesto' poético de Unamuno"), y el oído atento a la realidad oscura del tiempo que le tocó vivir.