En el circo, es el instante previo al Gran Final. Minutos más y el salto en la jaula del león de melena dorada colmará la promesa del circo: un poco de experiencia para que la vida valga la pena. Mientras tanto, las rejas crecen y los dos payasos ocupan el intermedio. Osvaldo Malvón y el Pibe, uno nalgudo y cruel, el otro flaco y desgarbado, entran a escena y el chiste que vimos representar mil veces se vuelve nuevo, por completo nuevo, por milésima vez. Entre el metal de los gritos y el estallido de los gestos, el chiste muestra que la parte invivible de la vida es la vida misma. De golpe, la representación se hace experiencia y la vida se hace real, muy real, demasiado real: nada, y a la vez todo el horror, toda la emoción y toda la sorpresa... Como si algo desconocido, entre el circo y la realidad, encarnara en ese entreacto. Hay que vivirlo, hay que hacer la experiencia. Cuando los dos payasos comienzan a hablar, un temor de otro orden se apodera de la platea.