Lo que más duele de esta novela es la falta de esperanza y la reiteración en el fracaso de crimen y violencia de su joven protagonista. El narrador no se decanta claramente (ni le interesa) sobre el dominio de las causas, si son las terribles circunstancias familiares de Alex las que le conducen a ese callejón, o si también entra en juego su violento fondo personal. No sabemos si la fallida salida que se le ofrece en los primeros capítulos de seguir con su padre podría haber cambiado su terrible periplo, o quizá todo hubiera sido lo mismo al predominar en él su impulso connatural a la violencia. El narrador es omnisciente pero no totalmente o no en todos los momentos, porque no siempre se conocen todas las motivaciones completas que desencadenan la furia y la terrible ira de Alex, a veces nace como consecuencia de los ataques que sufre, en otros momentos por el deseo del mantenimiento de los duros códigos de la delincuencia en el encierro. Se dice que tiene bastante de biográfico de Edward Búnker, es probable, porque es un viaje por el túnel del tiempo al Los Ángeles de los años inmediatamente posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial, y la denuncia a su sistema -por decir algo-, de protección y reforma de los menores a través de las terribles instituciones que frecuenta el adolescente Hammond. El pesimismo que marca el relato nos enseña que estos centros (colegios militares o militarizados, reformatorios o incuso hospitales psiquiátricos) eran (¿son?) auténticas fábricas de delincuentes, trazadores inexorables de caminos humanos sin esperanza. La novela tiene una estructura casi picaresca, episódica; cada capítulo está formado por la huida de Alex (o el delito) y el consiguiente traslado a una institución cuyo carácter se va endureciendo más y más. Y dentro de ella, la violencia brutal acompañada de la penitencia no menos brutal. ¡Qué poco aparecen en ellas personas con mínimos rasgos de humanidad! Un vigilante en un traslado, un cuidador, poco más. Es cierto que tanta violencia termina por estragar al lector, a quitarle a veces las fuerzas para continuar el duro viaje del relato. Son muy escasos los instantes en los que el joven Alex encuentra intervalos de calor, de amor, pero nunca llega a sentirse amado o querido de manera que que se le permita congraciarse, aunque sea una pizca, con la especie humana: los niños que le ofrecen alimento en una de sus primeras huidas, la familia de su amigo JoJo, o la amistad de Wedo ya dentro del mundo y los códigos de la delincuencia. Alex crece y también va creciendo en él su adhesión a la violencia, la gravedad de sus delitos y su apartamiento definitivo de los valores y modos de la sociedad convencional que representa la posibilidad de adopción por sus tíos, casi su última esperanza, pero que él rechaza sin gran pesar porque la rebelión y la violencia ocupan ya su persona plenamente en ese momento de la historia. En definitiva, relato iniciático del aprendizaje desgraciado de Alex Hammond, con final abierto, seguro que no feliz. Para quedarnos más tranquilos, tratemos de pensar que quizá ahora las cosas son distintas, que las instituciones de protección de menores son más humanas, que las medidas de reforma y salud mental consiguen la reinserción de los jóvenes y que ya no se dan casos de niños (o que sean muy raros) de once años arrojados sin piedad a la soledad y al estercolero de la deshumanización más absoluta.
hace 6 meses
Amazon
Agapea