Lo primero a aclarar, luego de leer la publicación en español del libro: "Las Cinco Mujeres", subtitulado "Las vidas olvidadas de las víctimas de Jack el Destripador" de Hallie Rubenhold, es dejar sentado mi parecer de que se trata de una valiosa tarea de investigación, de un trabajo arduo y concienzudo de recopilación de datos históricos sobre las existencias de las víctimas del "Otoño de Terror de 1888" acaecido en el distrito de Whitechapel, al este de Londres.
Además, la autora escribe con fuidez y sabe tornar entretenida la lectura.
Puntualizado lo anterior, fundaré mi discrepancia con lo más crucial de su planteo, o sea, con su afirmación de que salvo Mary Jane Kelly las restantes presas humanas no ejercían la prostitución (extremo que, claro está, no implica ninguna tacha moral hacia pobres féminas que sobrevivían como podían), y que su ejecutor las ultimó mientras se encontraban dormidas (lo cual apoyaría que no estaban practicando el meretricio al momento de sus brutales óbitos).
Si víctimas de Jack the Ripper, como sucedió en el caso de Catherine Eddowes y de Elizabeth Stride, verdaderamente hubiesen sido eliminadas cuando yacían acostadas durmiendo, habría que descartar testimonios que parecerían irrefutables, pues quedó constancia de ellos en las encuestas judiciales y en artículos periodísticos que dieron cuenta de haberse observado a estas mujeres, mientras estaban -obviamente- despiertas, dialogando con diversas personas, o siendo agredidas, instantes previos a ocurrir sus decesos. Por ejemplo, Catherine Eddowes fue contemplada por tres testigos (Joseph Lawende, Isaac Levy y John Hiron) en las cercanías de la plaza Mitre hablando con un desconocido, escasos minutos antes de ser hallado su lacerado cadáver por el agente Edward Watkins.
Lo mismo se podría decir de Elizabeth Stride, a quien el testigo Israel Schwartz reconoció cuando era objeto de golpes y empujones por un individuo, y mientras un cómplice secundaba al ofensor, en el pasaje de la calle Berner donde instantes más tarde se descubriría su cuerpo degollado. Además, en sus horas postreras, "Long Liz" Stride fue vista paseando con varios hombres, con diferencia de breves intervalos entre un acompañante y otro, según declararon en su encuesta judicial varios testigos, entre ellos un agente policial de apellido Smith.
Fue notorio que sus compañías masculinas eran clientes con quienes consumó fugaces encuentros sexuales mal pagados, en recovecos como el de Duttier Yard, conocidos por ser sitios de prácticas prostibularias, y en donde unos viandantes la avistaron encaminarse en compañía de un burdo sujeto. Momentos después de ello, previo a ser asesinada a la una de la mañana del 30 de septiembre de 1888, un testigo de apellido Marshall la oyó reirse junto a un hombre de fisonomía distinta al anterior quien, como parte de un chiste, le dijo: "Dirás cualquier cosa menos tus oraciones".
Minutos más tarde Elizabeth ya no reía, sino que estaba asustada porque un gandul la zamarreaba con violencia en el pasadizo donde descubrirían su cadáver.
Considerando estos datos firmemente acreditados, deviene patente que Liz Stride no se hallaba dormida al momento de ser asesinada, sino que, ciertamente, estuvo ejerciendo la prostitución durante la noche de su óbito.
Vale significar, en cuanto atañe a las asesinadas en la "Noche del doble acontecimiento" del 30 de septiembre de 1888, resultó indudable que ambas estuvieron sumamente activas cuando sufrieron sus acometimientos letales.
A su vez, respecto de Annie Chapman quedó nota de las salpicaduras de sangre impresas en el portón frente al cual fue atacada mortalmente en la madrugada del 8 de septiembre de 1888. Estas manchas sanguinolentas estaban visibles a un metro y medio o dos de altura en ese portón, de acuerdo consta en los reportes policiales. Tal dato sería incomprensible si la occisa hubiese sido mutilada mientras dormía recostada sobre el piso. El tajo en el cuello forzosamente se asestó estando de pie la agredida.
Chapman también fue avistada minutos antes de la hora cuando, según su autopsia, se estimó su deceso. La testigo Elizabeth Long la vio dialogando con un posible cliente y negociando el pago de sus servicios. Aparte de esto, el lugar donde fue eliminada (un oscuro patio de la calle Hanbury) era notorio por ser un escondrijo al cual las busconas conducían a sus clientes para mantener allí sexo rápido.
Debido a ello pocas dudas podrían caber de que la desventurada Annie falleció tras ser acuchillada por un rufián del cual creyó que se trataba de un cliente más, y de cuyas pérfidas intenciones recién se llegaría a enterar en sus últimos fatídicos instantes.
Dado que la historiadora solo admite que Mary Jane Kelly practicaba el meretricio, el apretado recuento hecho líneas atrás sobre los postreros momentos registrados de Annie Chapman, Elizabeth Stride y Catherine Eddowes únicamente dejaría incólume la posibilidad de que Mary Ann "Polly" Nichols no fuera prostituta, y pudiese haber sido finiquitada mientras descansaba a la intemperie en la madrugada del 31 de agosto de 1888.
Pero que Polly, forzada por la necesidad extrema, contaba entre sus hábitos para lograr dinero el de vender sus servicios carnales fue ratificado por numerosos testimonios.
Tal vez el más notable de estos lo proporcionó Emily "Ellen" Holland, veterana ramera con la cual compartió una cama doble en un maltrecho hospedaje, y que intercambió unas palabras con ella una hora antes de su deceso.
Nichols le confesó a su amiga que aquella madruga en tres ocasiones había conseguido la suma precisa para abonar el lecho en el hostal -cuatro peniques-, pero que había gastado aquel importe en bebida, y que haría un último intento para evitar dormir al raso.
En fin, parecería obvio que el dinero obtenido en esas horas nocturnas -y luego trocado por alcohol-, al cual Polly hizo alusión, no podía sino ser fruto de relaciones sexuales mal remuneradas.
Y en cuanto atañe a autopsias, tampoco en este punto se sostiene la aseveración de Hallie Rubenhold, pues en ninguna de ellas, ni en sus informes anexos, se guardó constancia de que las difuntas estuviesen dormidas o recostadas cuando fueron ejecutadas.
La única excepción consistió en la necropsia de Mary Jane Kelly, en cuyo reporte el médico forense Thomas Bond hizo constar que se detectó copiosa saturación de sangre anegando el sector del colchón donde yacía su destrozado cadáver.
Pero incluso esa pericia enfatizó que: "...Debido a la extensa mutilación, es imposible determinar desde qué dirección se hizo la incisión mortal..." , de lo cual se infiere que no necesariamente el ataque letal se concretó estando la fémina tumbada.
De lo que no cabría vacilar es que esta víctima no estaba dormida sino que dejó pasar voluntariamente, o llevó junto a ella, al tenebroso cliente que terminó siendo su atroz verdugo. Es poco concebible que el criminal forzara la puerta de la habitación número 13 de Miller's Courts, o que ingresara de manera clandestina sorprendiendo inerme a la joven.
Uno de los argumentos de la tesis de esta autora estriba en que la ausencia de signos de lucha que reflejan las autopsias respaldía que no se percibieron tales rastros porque las occisas devinieron ultimadas mientras dormían.
Sin embargo, dicha afirmación es rebatible.
De hecho, pese a la falta de prueba de haber mediado resistencia, del tenor de las autopsias y de los reportes judiciales emergen indicios sólidos de que el asesino estrangulaba a sus víctimas para hacerles perder la conciencia, y después rebanarles el cuello.
En su alegato de conclusiones sobre el homicidio de Annie Chapman el juez de instrucción Edwind Baxter contradijo la versión de la escritora, al señalar:
"....Según las pruebas que proporcionó el estado del patio y las que descubrió la autopsia, diríase que después de que los dos (Annie y su asesino) atravesaran el pasillo y abrieran la puerta al final de éste, bajaron tres peldaños que llevaban al patio. El malvado debió entonces agarrar a la difunta, tal vez con una maniobra de diversión a lo Judas. La agrarró por la barbilla. Le apretó el cuello y, mientras evitaba así el menor grito, producía al mismo tiempo insensibilidad y ahogo...".
Otro aspecto donde Hallie Rubenhold hace aguas radica en su destemplada contestación ante las críticas que recibió de la comunidad de "ripperólogos" (estudiosos y/o expertos en el caso de Jack el Destripador) la cual achacó a su libro haber incurrido en falta de rigor histórico, por motivos similares a los que se vienen desarrollando en este artículo. Con relación a sus detractores, ante la pregunta de: ¿Por qué hubo gente que se enojó y refutó su declaración de que no todas las asesinadas eran prostitutas?, manifestó:
"...Son personas que se llaman a sí mismas “ripperologits”, no son historiadores ni investigadores capacitados. Más bien, amateurs con interés en el caso y han pasado años investigando: décadas de sus vidas invertidas en aprender todo lo que puedan sobre los hechos y, la mayoría de veces, quieren resolver el misterio. Tienen mucho ego invertido y todos luchan entre sí, tienen diferentes teorías, aunque sí están de acuerdo en que estas mujeres eran prostitutas. Se creen expertos y llega alguien, una mujer, que les dice que están mal, ¡pues se vuelven locos… un ataque a su identidad, a su masculinidad, a todo…!..." .
Sin embargo, esta respuesta de la ensayista, además de ser irrespetuosa resulta infundada, esencialmente por dos razones:
1) Es falso que no haya mujeres a quienes se considere ripperólogas, pues sin duda cabe calificar así a varias escritoras británicas.
Por citar un par de ejemplos, una connotada experta en el caso de Jack the Ripper es Shirley Harrison, autora del extenso comentario al "Diario de Jack el Destripador" (5) y de "Jack el Destripador. La conexión americana" , y otra reconocida ripperóloga actual es Debra Ariff, coautora de "The new Jack the Ripper AZ", edición del año 2021.
2) Deviene erróneo generalizar que los ripperólogos son aficionados sin preparación y que entre ellos no hay historiadores serios.
Tal aserto es un gratuito insulto para el prestigio, por solo mencionar unos ejemplos, de los especialistas Paul Begg, Stewart Evans y Donald Rumbelow, entre muchos otros.
Ello por no hablar de un experto citado en este artículo, el difunto erudito inglés Colin Wilson, coautor de "Jack el Destripador, recapitulación y veredicto", cuyo prestigio puede apreciarse leyendo su biografía en wikipedia: "Colin Henry Wilson (Leicester, 26 de junio 1931 - Cornualles 5 de diciembre de 2013) fue un filósofo y escritor británico. Los principales temas de su obra son la criminalidad y el misticismo".
Más curiosa resulta aún la ácida crítica de la escritora contra los riperòlogos si se tiene en cuenta que en su libro cita reiteradamente al connotado ripperólogo Neal Stubbings Shelden, autor de la obra "Victims" dedicada a las tradicionales presas humanas cobradas por el Ripper, e incluso le expresa su gratitud indicando: "Estoy en deuda con Neal y Jenni Shelden por esta información".
hace 2 años
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