Miguel de Cervantes, a su vuelta del cautiverio de Argel, se gana la vida como funcionario en el laberinto de la corte. Entre sus tareas contrastadas figuran la de ser discreto correo real en Orán, comisario de abastos, cobrador de impuestos, «juez ejecutor de su Majestad» y, a ratos, escritor en busca de nuevos retos. La leyenda dice que fue en la cárcel, que lo acogió en su laberinto varias veces, donde mayor sosiego encontró para sus aficiones literarias. En estos veinticinco años también tuvo tiempo de tener amores con Ana Franca, reconocer a su hija natural Isabel de Saavedra y casarse en Esquivias con Catalina de Salazar. De 1580 a 1604 Cervantes publica algunos poemas, la novela pastoril de La Galatea y estrena más de veinte o treinta comedias, recibidas con «general y gustoso aplauso». Madrid, Toledo y Andalucía serán sus laberintos de azar hasta llegar a Valladolid. ¿Siguió Cervantes a sus hermanas a Valladolid, detrás de los contratos cortesanos de costura, con lo que ellas sobrevivían? ¿O lo hizo pensando en los nuevos “negocios” que siempre se producen en la Corte, donde el préstamo y las deudas eran algo habitual, cotidiano? ¿Acaso las rentas de la familia de su mujer Catalina no le permitirían llevar una vida sosegada al final de sus años, después de tantos sueños rotos, de tantas promesas incumplidas en Esquivias?