Eva y Pere venden pollos al ast y huelen a fritanga de pies a cabeza. Eva no se resigna: se lava el pelo por la mañana y por la noche, se perfuma en el trabajo y pone lavadoras a diario. Intenta no abandonar sus zapatos de tacón, aunque al llegar a la tienda tenga que cambiárselos por otros más cómodos, y se compra maquillaje resistente al agua, aunque de tanto sudar el rímel le emborrone las ojeras. Consciente de lo inútil de su lucha, Eva acaba acostumbrándose tanto al olor como a las renuncias: deja en casa los tacones, tira a la basura el maquillaje y parece asumir que su vida es la que es. Sin embargo, cada vez que afloran las inevitables fricciones de la rutina en pareja o cuando el esfuerzo de sacar una familia adelante le pasa factura, la incómoda pregunta reaparece: ¿y si su vida pudiera haber sido otra?