!Ay, el amor!, esa pasión que nos fortalece, consume, arrasa y aniquila. Maria nos refiere -está basado en hechos reales- lo que experimentó cuarenta años atrás, cuando se enamoró de Hubert. Han pasado los años y el recuerdo perdura, y lo que sintió entonces lo plasma sobre el papel. El amor que ambos sintieron, no quisieron -o no pudieron- consumarlo, al estar los dos ya casados con sus respectivas parejas, y es esa tensión lo que alimenta el relato; una voluptuosidad sentimental, más que carnal, lo que nos llega a través de un texto, preciso, delicado, cadencioso, donde cada palabra busca su espacio justo, porque como le sucede a Maria, encontrar la palabra oportuna -escandalera, por ejemplo- la calma: parabienes de la buena literatura. Son importantes las palabras, para Maria y para Hubert, así, en esa casita donde se fragua su amor, en una casa frente al Mar del Norte, son las palabras que Flaubert y Baudelaire han escrito, las que alimentan sus juegos nocturnos, su pasión; porque son palabras, versos, poemas, que parecen escritas sólo para describir lo que sienten el uno por el otro. Maria Van Rysselberghe (1866-1959) -la que fue la mejor amiga de André Gide y escribió Los cuadernos de la Petite Dame- autora de esta novela, editada por Errata Naturae con traducción de Regina López Muñoz, expone a la perfección la imposibilidad de su amor, la insatisfacción ante algo que no se consuma, lo que les de(sa)grada su amor furtivo, acotado; un amor castrado por el afecto que sienten hacia sus parejas, ante el daño que una decisión precipitada -al calor de una pasión avasalladora- puede causarles, de tal manera que lo que pudo haber sido, quedará ahí en suspenso, ya idealizado, ya como algo hermoso, cuyo recuerdo perdura, más allá del tiempo y del espacio.
hace 8 años