Hay en cada poema de José Emilio Pacheco una clara voluntad de iluminar el lenguaje y el mundo por medio de una reflexión moral sobre nuestra condición: sus textos consiguen levantar -en medio del ruido y el silencio sin sentido- mecanismos cristalinos a través de los cuales podemos ver, sentir y pensar la realidad circundante. La materia, la inteligencia y la sensibilidad se nos aparecen, así, en esta escritura ejemplarmente equilibrada, en todas sus dimensiones: junto a la tragedia y el desgarramiento, la irrisión y la ironía ácida del poder y el cinismo; al lado de la acezante violencia y de la impermanencia, el fulgor de la hermosura que en su fragilidad alimenta su fuerza y su presencia y nos acerca, acaso, a algo semejante a la salvación. Cada tema contiene su contratema y en el roce de ambos surge la chispa de la intuición poética para unirlos, separarlos, lanzarlos más allá de sus identidades cambiantes; las palabras que los recogen y los expresan en El silencio de la luna son una lección de transparencia.