Remil es un viejo soldado, excombatiente de las Malvinas que trabaja para el coronel Cálgaris en La Casita, uno de los departamentos más confidenciales de los servicios secretos argentinos y que no aparece en ningún mapa. Su moral es elástica y su ética se detiene allí donde lo ordena su jefe, como todo en La Casita, un lugar donde la ley es ambigua, impera el juego sucio, y donde todo vale para conseguir información con el objetivo de manejar a políticos, jueces, empresarios, actores o futbolistas. Él es el soldado perfecto, un héroe infame, como se llama a sí mismo, que se verá envuelto en una trama inédita de corrupción que afecta a las más altas esferas de la casa Rosada y traspasa las fronteras del país. “Así que eso somos, amigos. Ni héroes de corazón puro ni héroes cansados. Solo somos héroes infames. Aventureros sin moral en los desagües de este país lleno de gente honesta y desinteresada”. Cuando Remil recibe la orden de proteger a Nuria Menéndez Lugo, una abogada española que ha llegado a Argentina para hacer negocios y que está especialmente interesada en el sector vitivinícola del país, empieza su descenso a un infierno de violencia, manipulación y engaño. Porque “en esa foto personal e imaginaria, la dama blanca viste de negro y tiene las facciones duras y a la vez sensuales. Parece una asesina a sueldo, pero en realidad es una emperatriz provista de un puñal. Y resulta que ese puñal vengo a ser yo”. También es un camino hacia una atracción prohibida e imposible, la que siente por su esquiva y tiránica jefa, que acabará jugando en su contra y le llevará hasta el final de una historia que ni siquiera es la suya.