Benito es un indio. Desde niño es consciente de que es especial. Está llamado a ser un sabio, por su templanza, por su prudencia, por su capacidad de aprender lo que los ancianos le enseñan y también para asimilar lo que su vida le pone por delante. Su raza, al fin y al cabo, ha sobrevivido a los ladinos, al invasor que vino para quedarse sin pedir permiso. Roberto es hijo de un inmigrante italiano, un buen estudiante, un lector voraz que consigue trabajar para las autoridades, escaparse a la gran ciudad para conocer lo que es la vida y volver después a Santa Ana para simultanear su tares de secretario municipal con la de corresponsal en la provincia de un periódico capitalino. Aunque Roberto y Benito se juntan en cuatro ocasiones a lo largo de sus vidas, los dos mundos, las dos culturas siguen existiendo sin unirse. Cuando en 1944 ocurre la tragedia de San Andrés, Roberto escribe las crónicas para su periódico: ¿la verdad? ¿La verdad de qué, después de todo? Lo que había pasado en San Andrés se podía resumir en dos líneas: los ladinos quisieron robarse las tierras de los indios. Los indios se rebelaron y los mataron. Los de Santa Ana vengaron a los ladinos. El resto de esa historia era tomar posición.