Debió nacer en una noche de truenos, relámpagos y centellas; de otro modo, es imposible entender que por las venas de un manchego no corriese sangre mezclada con vino, sino con electricidad. Mónico Sánchez vino al mundo en Piedrabuena, una pequeñísima localidad ciudadrealeña, allá por1880; aunque el aspirante a inventor no tardaría en abandonar aquel terruño. Llegó a Madrid con la firme intención de ser ingeniero eléctrico; él, que solo tenía los estudios básicos. Lógicamente, la Universidad le cerró las puertas. No se arredró, para eso venía de la estirpe de don Quijote. Comenzó a estudiar por fascículos ¡escritos en inglés!, y tal fue el tesón demostrado que sus profesores le procuraron un trabajo en Nueva York. Nuestro buen Mónico, laborioso y gran entusiasta de los cambios tecnológicos, se agenció una pizarra y una tiza para hacerse entender; se codeó con el archiconocido Tesla y con el genial Edison; empezó a empaparse del mundo de innovación que le rodeaba. ¿Su gran aportación? Diseñar una máquina de rayos X portátiles y que Marie Curie y el gobierno francés, entre muchos otros, le compraran decenas de unidades. ¿Su gesto más extraordinario? Regresar a Piedrabuena para levantar una fábrica y dar trabajo a los vecinos de su pueblo. ¿Su tragedia? Dos dictaduras, una guerra, una posguerra y ser de España, un país de olvido. Libro ameno, de facilísima lectura que nos da a conocer a un hombre brillante.
hace 9 años