Con su más famosa novela, Ricardo Güiraldes se puso a la vanguardia no ya de las letras argentinas sino de las del continente hispanoamericano. La razón hay que buscarla en la nueva postura literaria que el libro aportaba. Güiraldes había encontrado un lenguaje vernacular, netamente argentino, que se metía en el español literario creando una profunda simbiosis de esos dos extremos en que se debate el alma hispanoamericana: lo europeo -la herencia culturalmente hecha- y lo telúrico, el hoy y el aquí de la tierra nativa. Del exquisitamente culto Güiraldes había salido una voz gaucha, llena de realismo, de imaginería campesina pero vestida a la última moda francesa: lo dialectal americano y lo europeo unidos en dosis sutiles en uno de los estilos más personales que Hispanoamérica había dado hasta entonces. Un libro nuevo y distinto cuyo atractivo residía en sus oposiciones: realidad y mitos, verismo e imaginación, limitación e infinitud.Pero, a más del placer estético, Don Segundo Sombra aportaba valores de orden ético: el contrapunto entre la vida aprisionada por convencionalismosy la vida libre del hombre en la pampa con su implícito ideal estoico de lucha, entereza, soledad y silencio.