Después de varios años, reencontrarme con Pipi en otra etapa de su vida es como salir de cañas con un viejo amigo al que hacía tiempo que no veía, recuerdo sus manías, sus "tocaos", y me sigue haciendo gracia. Colubi me vuelve a engatusar con su talento para ilustrar todo tipo de situaciones y sensaciones, que van de lo humillante a lo hilarante sin pasar por la cabina de peaje; "apoyadura" como cenit de su refinado desparpajo que hasta lo hace sonar con estilo a su manera. Reírse a gritos con cierto malestar pudoroso es sinónimo de Colubi. Al leer esta novela, resuenan en mi mente ciertos ecos del “Guardian entre el Centeno”, siendo el propio personaje central, Pipi, el que actúa como un Holden Caulfield para sí mismo, evitando en todo momento que se despeñe por el barranco de la vida adulta. Con esa desidia juvenil, tan característica, que se abre paso a golpes de realidad y nihilismo desestructurado, esa falta de objetivos palmaria que aporta la coherencia narrativa. Una estructura narrativa que, por otra parte, sigue la estela de sus predecesores y, más que avanzar en un contexto que haga de hilo conductor, parece una antología de sketches con su protagonista como único nexo argumental. Lo que no quita que se den algunas escenas memorables, como en el caso de la boda de su hermano, cargada de épica transgresora y una acidez tan corrosiva como la saliva del Alien; una estampa fiel de la pompa sardónica que rebañaba las bodas de los 90. Dando a luz uno de los mejores párrafos del libro en donde se describe, a modo de plano secuencia, sin más signos de puntuación que las comas, la deriva de dicho evento hasta que, en palabras de su autor, se torna en toda una confusión de “griterío y sensación de euforia desatada con una música horrible que lo envuelve todo como la seda al gusano”. O la alegoría de la pizza y su autoconsciencia, en otra escena impagable. Frases magistrales que definen la vida de tantas y tantos abocados a exprimir su creatividad sin ánimo fehaciente de lucro: “la sensación de invisibilidad cuando los que te rodean no son dados al elogio es más poderosa que la autoestima”. Y casi podría asegurar que en este libro se encuentra la peor escena de sexo mejor dirigida, en un 69 mal dibujado. Aunque no se puede negar la impresión de que la acción transcurre por inercia de una sucesión de relatos sin ningún desafío definido, la narración atrapa por su magnífica y creativa exposición de los acontecimientos. En conclusión. Siento que la obra hace honor a su título y, conforme se avanza en ella, la narración se dispersa hasta perder todo su significado como “historia”, y es la eficacia de la retórica de su autor, aparentemente vulgar pero fina como ninguna, la que lo mantiene a flote hasta el final. En ningún momento trata de dar lecciones de vida, pero las manipula, con inteligencia y sentido del humor, hasta resultar convincentes. Se abusa un poco en los volantazos finales como ruta de escape ante un callejón sin salida. Pero, incluso en sus compases finales, donde la narración se siente más diluida, logra conmover sin esa intención patente y presuntuosa de otros autores. Y a mí, por lo menos, me ha parecido el ensayo sobre la vida misma en su mínima expresión de ambición más elocuente que he podido leer. Me quito el sombre ante Pipi.
hace 3 años