A la estupidez, que no conoce límites, solo cabe combatirla, por muy desigual que resulte la lucha y mucha sea la pereza que nos venza. Es preciso sacudírsela permanentemente para no tener que deplorar males mayores, porque es más dañina que la maldad. Este breve tratado sobre la estupidez humana va dirigido contra los idiotas, tontos y necios que nos rodean, y contra las ideologías que contribuyen poderosamente cada día a incrementar sus filas y fomentar la estupidez: son jaulas de las que no se puede salir, que impiden pensar, discurrir, dudar y razonar. Los inteligentes tienen ideas, cambian de ideas, incluso argumentan por qué cambian de criterio; los tontos, en cambio, se esconden tras una ideología y así, cómodamente, resuelven su carencia de ideas propias. En eso consiste lo que hoy se denomina políticamente correcto: sostener lo que dice todo el mundo para no crearse problemas con los demás. La estupidez es amnésica, y propicia lo intelectualmente fácil, lo personalmente cómodo, lo socialmente inútil.