Para fanáticos del mundo de la vela. A favor del viento roza el tratado de navegación gracias a unos tecnicismos que el lector podrá amar si, repetimos, es devoto de este entorno y, en concreto, de los veleros. Si no es así, avanzar por sus páginas requiere el mismo esfuerzo que nadar a contracorriente.
Cuesta que arranque la trama e incluso que se desarrolle. Pero empecemos por el principio. A favor del viento es la historia de una familia obsesionada con la navegación, que se desenvuelve mejor en el estado líquido que en tierra y que ve a Einstein como un gurú al que conceden el honor de abrir una tirada de 43 capítulos (podrían haber sido muchos menos).
“Einstein no era un gran marino, probablemente ni siquiera llegaba a mediocre. No participaba en regatas ni hacía travesías, pero entendía la placentera mezcla de acción y calma y la emoción de navegar al atardecer hacia un éxtasis de centelleos”.
La impronta periodística de Jim Lynch (Seattle, 1963) se percibe en un relato donde el alma de los barcos se mezcla con la de sus dueños, donde el narrador va al mínimo detalle en nudos, fondeos y la complicada relación con el viento. La historia parte de Joshua Johannssen, que ha pasado su vida entre veleros, y se remonta a un abuelo que se encargaba de su diseño y a un padre que, además de construirlos, competía. Sus dos hermanos también son apasionados de la navegación, pero huyeron hace muchos años.
Con estos antecedentes, lo que mueve el texto es la reunión familiar que mantendrán para participar en una célebre regata a raíz de una especie de crisis existencial de Joshua. Lo que se preveía suculento como es un encuentro tras muchos años con una hermana que se va a África a hacer buenas obras y un hermano fugitivo no es sino una tediosa carta de navegación, que supura una abrumadora jerga naútica y que revela que al autor parece importarle más cómo se cuentan las cosas, so pena de resultar tedioso, que lo que cuenta. (Esther Martín, 27 de febrero de 2024)
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