Manuel Vázquez Montalbán presenció en La Habana la llegada de Juan Pablo II, el encuentro entre dos aspirantes a Señores de la Historia, y a partir de las vivencias de aquellos días ha construido un retrato de las postrimerías del siglo XX. Caído el socialismo real, cuestionada la capacidad del capitalismo para satisfacer las necesidades de la inmensa mayoría, la ciudad de Dios y la ciudad socialista buscan una coincidencia que salve a la Revolución cubana de Estados Unidos y de sí misma, que ayude a la Iglesia católica a superar la crisis religiosa que padece la Polonia poscomunista o el vacío de los cuarenta millones de creyentes que ha perdido en América Latina según el CELAM.En un doble plano de escritura, por un lado la conciencia revolucionaria del castrismo y por otro la sociedad real que experimenta las vibraciones causadas por la entrada en La Habana del representante de Dios. Cuba aparece como un mapamundi más que como un archipiélago, según el sueño del pintor Eligio. Un mapamundi de todas las Cubas, exteriores e interiores, donde figuran las generaciones del entusiasmo, de la usura, del desencanto, del razonamiento, de las jineteras, de la música, de la comida, de las ideas. La Cuba, en fin, que ha fraguado su peculiar evolución a contrapelo de la Historia, vagando (y a veces naufragando) entre la visita de Sartre en 1960 y la de Woytila en 1998, entre el ateísmo científico y la teología de la liberación, entre los visionarios y los ciegos