Las imágenes heterodoxas o periféricas al buen gusto canónico -como la imagen pornográfica, la estampita devota, la rudeza proletaria, los emblemas nazis o las imágenes crueles- constituyen provincias iconográficas malditas, zonas de destierro y de exilio cultural, que a veces resultan más elocuentes y ofrecen materiales más productivos para el análisis y comprensión de una época o de una sociedad que las grandes obras maestras canonizadas en los museos. Román Gubern se adentra en estos universos iconográficos malditos y descubre un hilo conductor que comienza con el sexo y acaba con la muerte. Surgen así territorios que ofrecen pistas esclarecedoras para una relectura estética e ideológica de la imaginería que ha vertebrado los grandes fantasmas colectivos de la cultura contemporánea.