De este libro me gusta mucho lo que no es el libro propiamente dicho: la crepuscular portada de la primera edición de Alfaguara; el título maravilloso; el breve número de páginas. Desde que Tennessee Williams llamara deseo a su dramático tranvía, aquel vehículo quedo ligado para siempre al fulgor de nuestras más íntimas emociones. En la inmortalidad de la adolescencia, este tranvía es el billete de ida hacia el paraíso al que todos tenemos derecho. Tranvía a la Malvarrosa: ¿puede existir un nombre más bonito para una playa?
Decía Miguel Delibes que la infancia era el único periodo de la vida que verdaderamente merece la pena vivirse. Estas memorias noveladas de Manuel Vicent ponen de manifiesto la derrota implacable de la virtud en favor de la marabunta de los sentidos. En esa lucha infernal entre el pecado y el deseo Manuel Vicent se mueve como pez en el agua, en el agua salada de la Playa de la Malvarrosa. Sus años de iniciación juvenil narrados desde el filtro de la madurez tienen el enorme valor testimonial de una de las mejores plumas de nuestra literatura. Agradablemente breve, brillante, crepuscular, lo que fuimos, lo que somos. Excepcional.
hace 14 años
2
-1