Para ser sinceros me ha resultado más pesado que otros que he leído de la misma autora. Están bien las relaciones interpersonales entre los personajes y la descripción de Venecia, pero flojea mucho en cuanto al avance de la trama.

Lo reconozco: lo que más me gusta de las novelas de Donna Leon no son los intríngulis de sus crímenes, sino el ideal de normalidad que representa su inspector Brunetti. No es perfecto; es, sencillamente, normal y buena persona. Me gustan los detalles agradables de su vida cotidiana y de la relación con su familia. Los personajes buenos de Donna Leon me caen muy bien, y aprendo cosas de ellos. Así, tras leer La otra cara de la verdad, me quedé pensando en lo reconfortante que son las buenas formas en la mesa --como esa natural gentileza con la que la suegra aristócrata espera a que su yerno se sirva el azúcar antes de probar su propia taza de té (no es estética elitista; es ética del cuidado y del respeto mutuo)-- y en cómo una conversación sobre Cicerón puede despertar una empatía entre dos extraños capaz de atravesar los muros de la apariencia y de los prejuicios. Por su parte, Donna León tendría que reconocer su afinidad ideológica conmigo, por más que intente disimularlo (¡y menos mal que lo intenta!). Por último, algo hay que decir sobre esta obra en cuanto novela policíaca. Como a mí me gusta, hay muy pocas escenas de acción, aunque ágiles y visuales; el suspense se mantiene a fuerza de diálogos; y al final se hace justicia, con un regusto de duda en el paladar. Fue una buena novela de verano sobre un crudo invierno en Venecia.