La novela policiaca parte de un enigma (casi siempre asesinato o desaparición) que sirve para tirar del hilo y, así, describir la sociedad del momento y el lugar en el que se ambienta la historia. Si a ello se une el perfil psicológico de los personajes, el objetivo del género queda más que logrado en la obra. La novela negra, muchas veces confundida con la anterior, tiene como elemento argumental el crimen y el submundo, siendo lo que la diferencia de la policiaca que la base no es la resolución de un asesinato sino las historias que se mueven en ese submundo o hampa. El thriller, que a su vez se diferencia de las anteriores, no ofrece más aliciente que un argumento lleno de giros de guion y de retorcer ese argumento, sin perder el tiempo en pretensiones más profundas. Lejos de ser algo desdeñable, presenta una utilidad clara: la de darnos la oportunidad de despejar nuestra cabeza en momentos de preocupaciones y agobio en los que la lectura es una necesidad de evasión y no de encontrar en las novelas preguntas para las que no se tienen respuestas. La larga disquisición anterior antes de analizar “La noche de arena” resulta pertinente porque, debido a la manera con la que novela engancha al lector y hace que se lea en muy poco tiempo, bien podría llevarnos al error de catalogarla como thriller. Sin embargo, una vez acabada y cuando llega el momento de preguntarse el poso que ha dejado, observamos rasgos de peso de la buena novela policiaca. El padre de una hija única desaparecida en 2014, investigador retirado, recibe el encargo de averiguar si la muerte de un joven en un desguace ha sido o no accidental. Esa necesidad de tratar con gente de su pueblo, en la Vega Media del Segura, le lleva a investigar en paralelo, esta vez por su cuenta pero con la ayuda de un policía jubilado, esa desaparición que desencadenó hasta la separación con su esposa. Con capítulos en los que se intercalan los hechos que condujeron a la desaparición de la joven (si bien en el último de ellos el autor deja en el aire lo ocurrido hasta que finalmente lo confiesa la persona culpable), la labor de reflejar la sociedad en la que se inserta se cumple: las clases medias bajas en 2014, cuando aún no se percibía la salida de la depresión de 2008. La juventud sin horizontes y sin alicientes para progresar tratando de evadirse de cualquier manera de su realidad. Quizá la profesión docente de Abad haya servido para poder trazar ese fresco del momento. Junto a ello, la manera con la que la víctima y la gente de su entorno también habían provocado sufrimiento en vida a un tercero con el que al principio cuesta empatizar. Como moraleja, la forma con la que, como decía Hobbes, “el hombre es un lobo para el hombre”. Buenos que no acaban siendo tan buenos y malos que si llegan a la excentricidad es por culpa de la huella que la conducta de otros sobre ellos les ha causado. Todo ello, con la única certeza moral de que pese al daño que nos causen otros, tomarnos la justicia por nuestra mano no se justifica jamás, ni siquiera para vengar el dolor de alguien cercano. www.antoniocanogomez.wordpress.com
hace 4 meses