Hay un negativo. Existe una zona de sombra, una zona de la que Bill Haydon nunca se ocupó o, mejor, si lo hizo fue para borrar pistas. Y Bill Haydon fue el topo desenmascarado por Smiley, el hombre que desde el mismo centro de poder y decisión del Servicio Secreto británico mantenía constantemente informados a los soviéticos de los movimientos ingleses y norteamericanos. Y la existencia de ese negativo en Extremo Oriente tiene que probar -Smiley se aferra a la idea de que forzosamente tiene que demostrarlo-, que Karla prepara una operación de envergadura en aquella zona. Tal vez por ahí podría empezarse la reconstrucción del Circus. Pero, para ello, se necesitan agentes libres de toda sospecha, individuos que no hayan sido detectados o conocidos por Haydon. Y Smiley cree haber dado con el hombre preciso: un aristócrata tan digno y frustrado como la propia Gran Bretaña, un honorable colegial cuya dignidad aristocrática estará a punto de dar al traste con una contraoperación que se revela sucia, como todas las operaciones de espionaje, pero en la que reside la gran oportunidad de que el Circus renazca de sus cenizas.