150 años después de su muerte, un conocido programa informático recibió el nombre de Ada en homenaje a Ada Lovelace, la única hija legítima de lord Byron. Desde que matemáticos como Alan Turing empezaron a reconocer su contribución, decisiva pero olvidada, hoy se la considera pionera de la era del ordenador. Su madre, Annabella Milbanke, después de abandonar a su marido en 1816, estaba decidida a alejarla de la «locura Byron», atestiguada desde varias generaciones, y quiso darle una educación severa, centrada en las matemáticas y que no alentase su imaginación. Sin embargo, a los trece años, la niña ya pensaba en una máquina de volar; y, a los diecinueve, cuando conoció a Charles Babbage, inventor de un proyecto de «máquina analítica» (una sofisticada calculadora), vio las infinitas posibilidades del nuevo hallazgo. Su aportación, de hecho, fue fundamental: fue ella quien estableció la diferencia entre datos y procesamiento, esencial para la computación. James Essinger cuenta con detalle y amenidad en El algoritmo de Ada las circunstancias y el desarrollo de este inusitado talento en medio de los miedos de una madre obstinada y el legado de un padre tempestuoso.