Es sumamente difícil sustraerse al vértigo que suponen, cuando menos, ochocientos años de literatura. Pero todavía, desde esa impresionante distancia, emocionan sus expresiones, figuras e imágenes. De manera magistral el pueblo-poeta, ese autor "cuyo nombre es legión", que diría biblicamente Menéndez Pidal, nos pone en contacto con una historia tan humana como el hombre mismo, anécdota que, al margen de nuestras actuales limitaciones -evidentes divergencias en el código manejado- , seguimos consumiendo con bobalicona satisfacción siempre y cuando esta venga sancionada por el no siempre respetable sello de la factoría Hollywood. Y es que el Cantar no hace otra cosa que actualizar el viejo tópico del "hombre hecho a sí mismo", que este posteriormete se actualizara hasta la saciedad y en ocasiones hasta la nausea, no le resta al clásico lo más mínimo. Su calidad dimana tanto del manejo originalísimo del género como del tratamiento profundo y acertado de lo humano que, por añadidura, se muestra en su esencia al margen de los siglos.
Con todo, entiendo que la lectura y al tiempo disfrute pleno de esta obra, hace imprescindible la posesión de ciertas claves. Esa distancia, esos ocho siglos de literatura, nos obliga a solicitar la guía de un buen Virgilio. Una posibilidad puede ser la edición con estudio preliminar de Francisco Rico.
hace 15 años
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