Un niño pasa una larga temporada en la cama porque le han detectado una mancha en el pulmón, aviso de tuberculosis. Los familiares, solícitos, lo cuidan, le cuentan historias y le regalan libros. El niño imagina, fantasea, se adentra en el reino de la ficción. Con el tiempo, ese chico se convertirá en un fabulador: el cineasta —y desde hace unos años, notabilísimo escritor— Manuel Gutiérrez Aragón, que ahora nos presenta sus memorias.
Aparecen en estas páginas la infancia cántabra y el almacén familiar; Santander en la guerra y la posguerra, con aquel barco-prisión fondeado en la bahía; el colegio y la iniciación sexual. Y después el salto a Madrid, la militancia política, el paso por la Escuela de Cine y el rodaje de su primera película, Habla, mudita, en los gélidos Picos de Europa con José Luis López Vázquez.
Hay también sugestivos retratos de quienes fueron sus profesores de cine y de amigos posteriores: Berlanga, Bardem, el decisivo José Luis Borau y la colaboración en Furtivos; Jaime Camino, al que conoció en Barcelona —donde también frecuentó a Vicente Aranda y Juan Marsé—; Adolfo Marsillach, Eduardo Haro Tecglen… Rememora además sus encuentros con varios presidentes españoles, los viajes —La Habana, Nueva York, Moscú, China, África—, su interés por las vanguardias rusas y el arte africano, las películas que amó como espectador y las que dirigió...