Documento de pornografía infantil y apología de la dominación machista disfrazada de literatura intimista y relato de autodescubrimiento. Además, viene con trampa, puesto que ya advierte desde el principio que escandalizarse por lo relatado implica ser una persona desnaturalizada y llena de prejuicios. Tal vez por eso he encontrado tan pocas críticas al respecto, porque parece que eres una mojigata si confiesas que te ha horrorizado leer estar retahíla de escenas sexuales entre hombres mayores y niñas pequeñas. Diría que, más que escandalizarme, me ha resultado violento y peligroso: una autora haciéndole (con excelente prosa, eso sí) el trabajo sucio a las más rancias y dañinas fantasías violadoras del patriarcado. Creo que se puede hablar perfectamente sobre parafilias, sobre represión emocional y sexual, sobre prácticas exploratorias, etc. sin necesidad de lanzar al mundo 200 páginas justificando las prácticas pederastas y dibujando a las niñas y mujeres como vasijas ansiosas de recibir a un “macho” que las llene y las complete. Las infinitas alegorías taurinas y ganaderas, referencias a la animalidad (no a la salvaje, sino a la domesticada y torturada) lo dicen todo. Lolita, al menos, estaba escrita desde el punto de vista de su abusador, su fantasía de consentimiento estaba justificada por ser el sujeto con poder quien se encontraba en el centro del relato. En este libro, en cambio, es la propia niña quien alimenta la terrorífica retórica de que, si un señor de 35 años tiene sexo con una de 7, o de 14, es porque ella le ha seducido primero. Porque la libertad de ella, aunque nunca haya estado en igualdad de condiciones, pasa por hacer su parte del juego y ponerse a la altura de él. Y resistirse un poco, claro, porque la autora parece sugerir que el consentimiento explícito es aburrido y antinatural. La neutralidad no existe, la ficción tiene un discurso detrás, ya sea más simple o más complejo. Y aquí hay discurso ideológico, se extiende varias veces el caso de la protagonista a la feminidad en su conjunto (que además se reduce a lo biológico y genital). Las ansias por provocar y escandalizar derivan en que lo provocado pueda ser extremadamente dañino: ya he encontrado reseñas en las que se alaba el hecho de dar una perspectiva “distinta” sobre la pederastia. No son prejuicios, Lola Beccaria, son unas mínimas nociones sobre la necesidad de proteger a niñas y mujeres de un tipo de relatos que alimentan ideológicamente el sistema de opresión y violencia estructural machista en el que vivimos. Espero que el sufrimiento de haberlo leído sirva al menos para convencer a otra gente de que no lo lea.
hace 1 año