Desde Closing Time hasta Orphans, Tom Waits lleva cuarenta años poniendo una voz salvajemente lírica, un sarcasmo no menos abrupto y una capa de vaporosa ternura en algunos rincones antes inexplorados por la música popular. Como Bob Dylan, Neil Young y casi nadie más, Waits ha logrado triturar los personajes que le habían ido asignando para sobrevivirse una y otra vez a sí mismo con regulares estallidos de talento, con la devoción de su público intacta y con la aureola de misterio impecablemente conservada. Ese impenetrable individuo y el laberinto de su trayectoria profesional son el objeto de la meticulosa inspección emprendida por Barney Hoskyns: se puede decir sin miedo a exagerar que todas sus peripecias públicas han quedado diligentemente consignadas y que ninguno de los enigmas privados ha escapado al severo escrutinio pese a la manifiesta hostilidad del escrutado. Y aquí está por fin la historia.