A la mañana siguiente se levantó temprano y preguntó por el camino al Cementerio Inglés. Se encontraba muy cansado, caminaba lentamente y le llevó casi una hora llegar al camposanto. Se dirigió directamente al cenotafio de Boyd, se apoyó en la verja que lo rodeaba, rezó una oración por el alma de su amigo y recordó los viejos tiempos de Cambridge y lo cerca que él mismo estuvo de embarcarse en aquella aventura que conduciría a su amigo hasta la muerte. Unos minutos más tarde sus mejillas se encontraban bañadas en lágrimas. Pero no era tristeza lo que sentía el anciano doctor Noble, era paz y alegría por haber podido cumplir su promesa.