El único motivo de preocupación del comandante Lloyd Gruver, que se dirigía a Kobe para reunirse con la hermosa hija del general Webster, era el soldado Joe Kelly, un inculto mocetón de diecinueve años, siempre metido en dificultades. Kelly quería casarse con una muchacha japonesa, a pesar de saber que los soldados norteamericanos no podían llevarse a sus esposas niponas a Estados Unidos. Solo después de visitar Takarazuka, para ver la célebre compañía de danzas rituales que ejecutaban sus espectáculos, Gruver sucumbió al hechizo de la exquisita bailarina Hana-ogi. Pero incluso antes de verse atrapado en las redes de esta extraña relación amorosa, Gruver debió prever que aquella historia solo podía tener un final.