La esperada edición impresa era un libro de tapa blanda y 128 páginas. Prometía alimento literario para un par de horas, más o menos. Puesto a la tarea, me pareció curiosa y original la manera en que el autor, Manuel Pociello, abordaba la presentación del contenido de la parte central. Cuarenta pasajes de vidas diversas, cuarenta situaciones verosímiles o fantásticas, cuarenta poemas descriptivos de entornos oníricos, íntimos, o rabiosamente físicos. Concluí la lectura con la precipitación propia de nuestros días, los insistentes "bip-bip" del smartphone me reclamaban desde hacía ya un buen rato, consiguiendo que mi atención en el universo Poe se relajase ante la expectativa de suculentos WhatsApp. En el momento de guardar el libro en la estantería, para una previsible larga estancia, me planteé echarle otro breve vistazo. Algo me decía que había ido demasiado deprisa, que me dejaba algo. Pasé, en lectura diagonal, por la nota de Michael S. Rogers, y la conversación de Randall Conelly con su mujer. Avancé veloz por encima de la carta del 30 de enero de 1847, escrita en Fordham. Repasé las cuentas del enterrador y reparé en el error de impresión, que ya había detectado en mi primera lectura. Era una errata peculiar que me dio que pensar. Poco después me di cuenta de que no existía tal errata, que era intencionada. Llegué a una conclusión y a una visión muy diferente de lo que había leído la primera vez. Qué curioso, me dije, tenía el pálpito de que podría encontrar otras sorpresas ensortijadas. Un poco más adelante, Hugo de Guillot me contagia su duda y me obliga a meditar sobre su inactividad. Aunque no estoy seguro, creo comprender por qué. Paso hojas a vuela página y me detengo, al azar, aquí y allá. A veces encuentro (o creo encontrar) y otras veces no. Examino por encima la falta de sueño de Arnald de Periscope, muy rara determinación para un sirviente templario. Otro salto y me pongo en el Omsijepse, inevitablemente pienso en Leonardo. A estas alturas ya me he dado cuenta de que no puedo guardar el libro ni dejarlo reposar, en alguna medida me ha atrapado y me fascina, pero otros quehaceres me reclaman. Lo mantendré a mano, como se tiene un libro de consulta o, mejor aún, UN LIBRO DE CLAVES por descifrar. Es indudable que gracias a Manuel Pociello el espíritu de Edgar Allan Poe está presente.
hace 6 años