El viento se calmó de madrugada, después de soplar cinco días seguidos. "Te volverás loca ahí sola", le había dicho Quique desde Madrid, o tal vez Londres -ya nunca sabía dónde estaba su marido-, pero a Julia le daba igual. Necesitaba estar sola en la Playa de los Alemanes. El chalet era pequeño y cómodo, y además ella había podido decorarlo a su gusto. Desde hacía tres años, Julia pasaba allí largas temporadas. Llegaba en abril y se quedaba hasta octubre, o quizá más tarde, si el tiempo era bueno. No le daba miedo vivir sola.