«Yo no elegí vivir en Tánger de forma permanente: fue una casualidad. Tenía la intención de que mi visita fuera breve; después me iría a otro sitio y seguiría de un lado a otro indefinidamente» escribía Paul Bowles en Memorias de un nómada, en 1972. Quizá fue una casualidad, pero en la larga demora de la partida, en lo que fue el exilio hasta su muerte, había un rechazo del mundo que le privó del deseo de viajar. Viajero, esposo y amigo de otra gran escritora, Jane Auer; anfitrión en Tánger de Tennessee Williams, Truman Capote, Allen Ginsberg, Jack Kerouac, William Burroughs, Gore Vidal, Gregory Corso, Djuna Barnes o Cecil Beaton; personaje esquivo y mítico de la generación beat, Paul Bowles fue un joven estadounidense que encontró en Tánger la oscura desintegración, el desplazamiento físico y psicológico y, sobre todo, el miedo, considerado por él como la emoción principal del ser humano, «la que mueve el mundo, más que el amor».