Antes de que las nieves de Rusia engordaran la leyenda napoleónica, el sol de España fue el presagio de su ruina. Muchos años después, ya en plena vejez, un oficial francés rescata de las brumas de la memoria las pequeñas historias de las que fue testigo o protagonista en la España invadida, aherrojada y despreciada por la arrogancia imperial. Además de las marchas y contramarchas de ejércitos y guerrillas, el recuerdo va insertando en el relato algunas cuentas que iluminan la circunstancia social, el alma de aquellos españoles mayoritariamente cimarrones y jugosos episodios -chuscos, lascivos o quijotescos- que conforman el retablo orbicular de la vida en los años convulsos de La Francesada. Aunque apócrifo, el manuscrito encontrado por Ramón Chao, como el encontrado en Zaragoza por el conde Potocki, no sólo refleja la severidad de la guerra, la tosquedad del momento y la humillación de Bonaparte, sino también los remansos del río turbulento de la vida en los meandros del amor, el heroísmo, el sacrificio, la fatalidad, el honor y la gloria. Memorias de un invasor es un cristal perfecto compuesto de múltiples aristas. Una vidriera cuyas pequeñas piezas ilustran y divierten; pero cuyo conjunto dibuja el rostro contorsionado de un capítulo crucial y estremecedor de la Historia.