Si la naturaleza es un libro escrito en caracteres matemáticos, como afirmaron Pitágoras, Platón y Galileo, los números nos dan cuenta también del hombre. Siempre dinámicos, se mueven en ecuaciones regidas por signos que los arrastran de zonas de luz a zonas de sombra; expresan la relación del hombre con el entorno y con sus semejantes y, por ende: simetría o asimetría, cohesión, ligereza, gravedad o elevación. Partiendo de esta metáfora, Clara Janés se adentra por los recovecos de una matemática imaginal, entendiendo la vida como deseo que mueve hacia el otro, sobre el que nada puede, si bien comparte con él el espacio. En éste se desarrollan operaciones de proximidad o de separación cifradas por números oscuros. La conciencia detecta sus desplazamientos y mutaciones y busca auxilio en la memoria. En el ir y venir entre espacio y tiempo interiores se sitúan, pues, estos números que se oponen a la transparencia y al vuelo.