Las librerías de mi adolescencia y de mi primera juventud irradiaban a partir de una esquina, la de Viamonte y San Martín, epicentro e imán para quienes a mitad de los años 50 hacíamos nuestros primeros pasos en un territorio que sentíamos lleno de promesas y descubrimientos. El aprendiz de flâneur que lo exploraba cotidianamente no podía saber, como dice un poema de Kavafis anterior a Proust, que en los surcos de ese tiempo perdido se depositaba la ignorada semilla de monstruos y, acaso, prodigios venideros. Hoy evoco esas cuadras del centro de Buenos Aires, solo reconocidas como barrio por quienes las frecuentábamos.